Entonces... ¿Vale para todo?
Voy a poner un ejemplo que uso mucho en mis charlas. Imagina una iglesia donde existe un expositor con velas electrónicas. Conforme cada usuario introduce una ofrenda voluntaria se encienden al azar una o varias de ellas, y conforme pasa el tiempo, algunas se van apagando.
Un minuto de reflexión sobre la gamificación |
¿Puede gamificarse este expositor? Por supuesto. Sin mucho esfuerzo podemos imaginar, por ejemplo, que una de las velas tenga un color diferente y que, si el usuario logra encenderla con su ofrenda, la persona gane puntos, o reciba una bendición extra o...
Este sencillo ejemplo (puedes tomar cualquier otro usando objetos de tu entorno cercano) nos lleva a diferentes preguntas, por ejemplo:
- ¿Gamificarías este expositor de igual manera si tu objetivo es incrementar la conducta de realizar ofrendas que si tu objetivo es incrementar la comprensión del significado simbólico de la vela?
- Teniendo en cuenta la institución y los usuarios... ¿Es eficiente y procedente gamificar este expositor?
Podemos seguir indagando (y en las charlas y cursos solemos hacerlo) y siempre acabamos hablando de la ética de la gamificación, de si procede o no y de cómo aplicarla. Y siempre salen comentarios y preguntas brillantes.
Espero que con este ejemplo se entienda porqué es importante reflexionar sobre la ética de la gamificación. Sé que no he dado respuesta a la pregunta ¿Todo puede y debe gamificarse?. Pero es que realmente creo que es una respuesta que cada uno debe buscar en su propio interior, para cada caso concreto.
Fijaos. Dos preguntas, con dos criterios para evaluar la pertinencia de gamificar: Según la intención persuasiva del aplicante y según la cultura o contexto donde se despliega. Seguro que se os ocurren muchos más... ¿Os animáis a compartirlos?
¡Feliz juego!
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