lunes

Prometí que volvería

Para divagacionistas, con el tema "Promesas" (30/11/20)

Finalmente he recordado la promesa que te hice cuando marché al frente. Soy un tipo grande, pero no soy tonto. No olvido. Tras vagar día y noche por las praderas resecas del condado, por las naves abandonadas del distrito industrial y entre los coches atascados de la Nacional II, he sentido algo en mi interior. Un hilo tirando de mí, de vuelta al hogar.

La casa sigue como la recordaba. Para los otros es idéntica al resto de viviendas edificadas en ambos lados de la calle, todas difíciles de diferenciar salvo quizás la que lleva días ardiendo al fondo de la urbanización envuelta en una columna de humo negro. Yo aún distingo los matices, aunque me ha costado un par de días reconocerlos. El buzón amarillo sobre el poste ligeramente inclinado, la estructura prefabricada de madera blanca rodeada por ese césped que tantas veces soñé cortar, la fachada de imitación victoriana que tanto te gustaba y los amplios ventanales por los que seguro entra mucha luz. Al menos por los de la segunda planta, los que no están tapiados.

La correa del arma se engancha en un pico de la valla del jardín. Quedo retenido unos segundos hasta que el peso de mi cuerpo intentando avanzar rompe la hebilla y trastabillo dos pasos. Sigo avanzando por el camino de tierra mientras oigo la ametralladora caer al suelo a mis espaldas. Empujo los juguetes desparramados entre la hierba y un muñeco de goma suelta un chiflido largo cuando lo piso con las botas militares. Me detengo frente a la puerta de entrada, golpeándola una sola vez.

Llamo más veces. Golpes lentos, secos. El dorso inferior de mi puño deja manchas pardas contra la madera blanca. Intento contarlas pero al llegar a la tercera escucho un ruido dentro de la casa y siento de nuevo la necesidad de cumplir mi promesa. La urgencia de entrar.

Otros rodean la casa. Uno ha conseguido arrancar un tablero de la ventana y oigo tu grito en el interior. Empujando al resto con mi cuerpo voluminoso llego con facilidad al ventanal y me asomo justo para verte subir las escaleras con el pequeño Manny aferrado a tu mano. Introduzco el brazo por la rendija para arrancar más tablones.

Con cada movimiento, largas tiras de carne quedan enganchadas en los cristales rotos.

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