Finalmente he recordado la promesa que te hice cuando marché
al frente. Soy un tipo grande, pero no soy tonto. No olvido. Tras vagar día y
noche por las praderas resecas del condado, por las naves abandonadas del
distrito industrial y entre los coches atascados de la Nacional II, he sentido
algo en mi interior. Un hilo tirando de mí, de vuelta al hogar.
La casa sigue como la recordaba. Para los otros es idéntica
al resto de viviendas edificadas en ambos lados de la calle, todas difíciles de
diferenciar salvo quizás la que lleva días ardiendo al fondo de la urbanización
envuelta en una columna de humo negro. Yo aún distingo los matices, aunque me
ha costado un par de días reconocerlos. El buzón amarillo sobre el poste
ligeramente inclinado, la estructura prefabricada de madera blanca rodeada por
ese césped que tantas veces soñé cortar, la fachada de imitación victoriana que
tanto te gustaba y los amplios ventanales por los que seguro entra mucha luz.
Al menos por los de la segunda planta, los que no están tapiados.
La correa del arma se engancha en un pico de la valla del
jardín. Quedo retenido unos segundos hasta que el peso de mi cuerpo intentando
avanzar rompe la hebilla y trastabillo dos pasos. Sigo avanzando por el camino
de tierra mientras oigo la ametralladora caer al suelo a mis espaldas. Empujo
los juguetes desparramados entre la hierba y un muñeco de goma suelta un
chiflido largo cuando lo piso con las botas militares. Me detengo frente a la
puerta de entrada, golpeándola una sola vez.
Llamo más veces. Golpes lentos, secos. El dorso inferior de
mi puño deja manchas pardas contra la madera blanca. Intento contarlas pero al
llegar a la tercera escucho un ruido dentro de la casa y siento de nuevo la
necesidad de cumplir mi promesa. La urgencia de entrar.
Otros rodean la casa. Uno ha conseguido arrancar un tablero
de la ventana y oigo tu grito en el interior. Empujando al resto con mi cuerpo
voluminoso llego con facilidad al ventanal y me asomo justo para verte subir
las escaleras con el pequeño Manny aferrado a tu mano. Introduzco el brazo por
la rendija para arrancar más tablones.
Con cada movimiento, largas tiras de carne quedan enganchadas en los cristales rotos.
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