domingo

El complejo de Jonás

Lucía despierta en el tercer vagón de la línea Circular del metro, destino “Ciudad Universitaria”. Abre los ojos despacio, sin sensación de haberse dormido. Quizás un parpadeo largo, acunada por el tchumtchum, tchumtchum del vehículo avanzando de madrugada por el túnel. Comprueba aliviada que el libro de Historia de las Civilizaciones Antiguas II no se ha caído del regazo y lo abre para un último repaso antes del examen. Ojea las seis páginas del índice. Cuatrocientas ochenta páginas restantes. Lo vuelve a cerrar y mira alrededor.

La mayoría de pasajeros van de pié, agarrados a las barras del techo, balanceándose al ritmo del tren. Hablando por sus airpods. Casi equidistantes, tan bien repartidos a izquierda y derecha que parecen columnas vivientes de un templo griego; Cariátides murmurando palabras solo comprensibles por un Oráculo, quizás el mitológico revisor que nadie ha visto jamás…

Lucía promete no volver a meterse un atracón de estudiar jamás. Ha sido la última noche sin dormir. Desde ahora todos los días un poquito, como dice su madre.

Buf, qué pereza.

Tchumtchum, tchumtchum…

Frente a ella hay un joven con la camiseta rojo estridente de algún equipo de futbol y unos enormes auriculares inalámbricos verdes colgándole del cuello. Puede escuchar la música que sale por ellos en un bucle reggaetonero de tonos graves, pero no identifica la canción.

Lucía mira de reojo a la señora sentada junto a ella. Embutida en un vestido azul con brillitos de una talla menor a la que debería y desprendiendo olor a tabaco mientras juega a hacer tríos de frutas en su móvil. Manzana, manzana, manzana. Un estallido de fuegos artificiales llena la pantalla. Tiene la mirada triste y aburrida, aunque su teléfono le dice que lo está haciendo “Perfect!”.

El chico de rojo está bueno.

La voz metálica de megafonía anuncia la siguiente parada. No se entiende por el ruido del vagón al avanzar, pero ella sabe que es “Vicente Aleixandre”. Una más y se baja.

Lucía  se repite que le diría algo al chico de rojo, pero no puede. No es pereza, simplemente que seguro que se ponen a hablar y se pierda el examen en el que tanto esfuerzo ha puesto.

Dindondin. “Próxima estación: Ciudad Universitaria”. Dindondin.

Lucía se levanta. Aprieta el libro contra su pecho con una mano y con la otra se da un tironcillo en la falda. Echa una última mirada al chico. No es pereza. Ni tampoco miedo.

Eso último seguro, se repite, y sale corriendo del vagón.

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