domingo

Un nuevo comienzo


(Para @divagacionistas, bajo el tema "Maestros")

La explanada bullía con las conversaciones cruzadas de cientos de personas esperando a Pérez. Antes del Incidente el lugar había sido el parque más grande de la ciudad. Tres meses después de aquello acogía niños silenciosos aferrados a sus juguetes favoritos, ancianos harapientos, adultos ojerosos y jóvenes todavía desorientados por haber perdido para siempre su conexión a internet. Había perros, incluso dos caballos. Los gatos habían huido.

Los asistentes rodeaban una tarima y una pequeña carpa militar que los Seguidores de Pérez habían montado la noche anterior mientras corrían la voz del evento. El Profeta, decían, ya había visitado siete ciudades con gran éxito de asistencia entre la mermada población superviviente.

Pérez salió al escenario desde el interior de la carpa y las conversaciones se silenciaron. Podía haberse afeitado y lavado pero no lo hizo para conectar mejor con la gente. El único detalle que mantenía cabezonamente en sus exposiciones era el traje gris que usaba antes del Incidente. Creía que le daba suerte. 

Paseó su delgado cuerpo a uno y otro extremo del escenario, apoyándose en su bastón dedicando tiempo a observar la multitud. No solo los que estaban cerca, entre los oxidados columpios y las estructuras metálicas, también los que trataban de oír desde las enormes avenidas que desembocaban en la explanada, a casi cien metros de distancia. El lugar estaba bien elegido: Los rascacielos que les rodeaban, aunque derruidos, harían rebotar su voz con facilidad.

Pérez habló. Habló, habló y habló. Durante dos días. Deteniéndose solo para beber. Enseñó a los hombres a disfrutar de no tener techo, a bailar bajo la lluvia. A correr descalzos por las aceras, ser felices con muy poco y descubrir los usos de cualquier cacharro tirado a la basura, por inútil que pareciese. A comer lo imprescindible. A sobrevivir en un mundo sin un sitio al que llamar hogar.

Pérez notó oleadas de calor emanando de la audiencia. "¡Maestro!" exclamaban con reverencia, "¡Maestro!". Tenía su confianza plena. Se alimentó con cada grito de apoyo, con cada mirada llena de fe en sus palabras. 

No sentía necesidad de comer o dormir porque sabía que era el Elegido para llevar aquellos restos de humanidad a un nuevo resurgir. Antes del Incidente se había preparado para impartir aquellas enseñanzas: Enseñar a los hombres a vivir con lo mínimo, a sobrevivir en las calles... 

El Banco había sido una excelente escuela.

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