"¡Vida!" exclamó Adrián con
alegría contenida levantando su vista del monitor.
Por aquel encuentro había sacrificado
millones de cosas a nivel personal y profesional. Sometido a una intensidad
emocional que casi le hizo desmayarse, su vida pasó en nanosegundos ante sus
ojos.
Su mente de físico clasificó las escenas,
haciéndolas girar como un Prezi
hiperactivo: Su infancia en la urbanización. Alicia, su único amor. En aquel
tiempo de fogosa juventud los sueños de ambos había sido incompatibles con una
vida juntos. Él quería estudiar los espacios ocultos más allá de los átomos. Ella quería
ser la primera mujer en traspasar las fronteras
del espacio conocido.
Ambos estudiaron duro, cada uno con la
vista fija en horizontes opuestos, sus coordenadas separándose, encerrando sus
pasiones en cajas de Schrödinger que nunca dejaron claro lo que uno sentía por
el otro.
Mientras buceaba entre axiones y taquiones
encontró tiempo para ver en Internet el lanzamiento al espacio de la primera nave
sublumínica con siete tripulantes a bordo. Seis hombres. Una mujer. Alicia,
volando hacia su sueño gracias irónicamente a un letargo criogénico.
Después de aquello su Prezi vital le
mostró una elíptica de diez años buceando cada vez más profundo entre fórmulas
y partículas. Tratando de confirmar la hipótesis que aquel hiperbólico despegue
le había inspirado.
Volvió a observar la pantalla,
sonriendo.
Era capaz de leer la parpadeante cobertura
de unos y ceros como si fuera su lengua materna. Tras el horizonte subatómico no
había nuevos espacios, ni innumerables nuevas partículas sin catalogar.
Al atisbar entre los más pequeños
elementos de la materia, ante sus ojos se extendía en la pantalla un más allá idéntico
a aquel entorno familiar que ella tantas veces le había mostrado en sus libros
de astronomía.
En una curiosa paradoja que solo su
corazón entendía, desde su posición privilegiada recorrió con la vista la
sucesión de galaxias en el monitor hasta llegar a una parte muy concreta de la
periferia conocida. Acababa de empezar a cumplir su sueño. El de verdad. El de
hacía diez años.
Acariciando aquel punto de la pantalla con un dedo, musitó:
"Hola, Alicia"
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