Alphonse devolvió su llave en recepción,
mirando a la recepcionista de arriba abajo. Uniforme verde inmaculado. "Le
Meurice" en oro sobre la pechera. Rasgos asiáticos. "Lyu", decía
su placa.
-Disfrute de su setenta cumpleaños,
señor Guillaud.
Agarró su maletín y gruñó alejándose,
cojeando ligeramente de la pierna izquierda. El empleado de la puerta sonrió
mientras abría. Alphonse iba a esquivar su mirada cuando reparó en el nombre de
la placa.
-¿Maurice? -leyó-. ¿Nacido aquí?
-Realmente no, señor -respondió en
perfecto francés y amable sonrisa-. Realmente es Maurycy. Familia polaca.
Con un bufido la mano artrítica de
Alphonse golpeó el brazo del joven al intentar ayudarle con los escalones.
Superó la tortura solo. En la calle hacía un frío intenso, húmedo. Miró por
última vez al hotel, recordando cuando había trabajado allí. Otra década, bajo
otro nombre. La silenciosa eficiencia alemana. El miedo. El sacrificio. Y en lo
que se había convertido ahora aquel lugar.
Con un último gruñido, avanzó por la
ribera hacia la Torre Eiffel, arrebujado en su gabardina gris. Miró con labios
apretados las luces navideñas. "Happy 1983", decían. Cambió de acera
esquivando unos africanos que vendían tallas y CDs. En el Puente de Jena desvió
la mirada del marroquí que ofrecía crepes a gritos desde una caravana, al otro
lado de la calle.
Al andar mucho el dolor de la pierna se
hacía insufrible. Traía recuerdos del disparo que había provocado aquella
cojera hacía treinta años. Se detuvo aferrando el maletín con fuerza hasta que
las punzadas en las articulaciones de la mano ahogaron el otro pinchazo. Mejor
este nuevo dolor, uno que Alphonse controlaba.
Lanzó un bufido que salió como vaho al
encapotado cielo parisino. Renqueante, cruzó el rio cerrando oídos al caos de
acentos desconocidos. Pasó dos bancos con jóvenes besándose con pasión y
finalmente encontró uno vacío junto a la caseta de información, a pocos metros
del pilar oeste de la Torre.
Puso el maletín en su regazo.
Miró alrededor con gesto de disgusto.
Sin querer cruzó la mirada con uno de
los militares de ronda. Alphonse desvió la mirada hacia el interior de su
maletín, quizás demasiado rápido. Por el rabillo del ojo vio al hombre
acercarse. Volvió a levantar la vista y le miró directo a los ojos.
-París para los parisinos.
Deslizó la mano artrítica hacia el
interior del maletín mientras el militar echaba a correr hacía él.
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