"¿Otra vez, Almudena? ¿De
verdad?"
La mujer se encogió de hombros mostrando
las palmas en silencioso gesto de culpabilidad infantil. Del interior de su casa
salía flotando el
sonido granulado de Lois Johnson en un viejo tocadiscos y ella, en lugar de
responder, tarareó aquella vieja balada.
"Yes, I've got heartaches by the number
A love that I can't win"
A love that I can't win"
Valentín, incómodo, miró disimuladamente al otro lado del rellano, al 3ºA.
Podía sentir observando por la mirilla a la vecina que les había telefoneado.
"La música está muy alta" dijo en tono dos octavas por encima de
lo necesario. Vio diversión en los ojos de ella y no le pasó por alto lo
irónico de buscar el silencio elevando la voz.
"Everyday you love me less
Each day I love you more"
Each day I love you more"
Intentó calmar sus nervios frotando inconscientemente la placa en la
pechera del uniforme de policía.
"Señora" Se obligó a bajar la mano y adoptar una postura más
formal "Necesito que la baje... s". Y añadió con sus labios un mudo
por favooor que pareció divertir aún más a la mujer.
"El silencio está sobrevalorado, Valentín" dijo ella, sin dejar
claro a su interlocutor si se refería al tocadiscos o a su súplica.
Ambos dejaron pasar unos eternos microsegundos de incómodo y sobrevalorado silencio.
"Pero si tanto crees que molesta a... algún vecino" dijo
señalando con un mohín la puerta detrás de Vicente "...me
comportaré".
"Gracias" dijo todavía con la sensación de no estar controlando
la situación "Además, mi turno acabó hace diez minutos. Podrías tener la
decencia de no montar constantemente estos jaleos justo a las ocho menos cinco."
"¿Y no te has preguntado nunca el motivo?" susurró lascivamente
ella agarrándole por el pecho y atrayéndolo hacia sus labios.
La puerta del 3ºB se cerró con apasionado estruendo. Cuando acabó su
resonar por toda la escalera, solo quedó la voz de Lois Johnson.
"Yes, I've got heartaches by the number
A love that I can't win"
A love that I can't win"
Una perfecta banda sonora para el victorioso pulgar alzado que, justo antes
de cerrarse la puerta, Almudena dedicó en secreto a la mirilla de su alquilada
al otro lado del rellano.
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