Siempre sentí una
extraña fascinación por ella. Todos los días aparecía con esa precisión
Islandesa que solo a los que somos de fuera nos parece sobrenatural.
Sentado en mi
cubículo miraba hacia arriba a través del cristal, oculto entre columnas de
papel, observando enmudecido su avance entre majestuoso y lánguido. Perdido en
su palidez, que casi parecía brillar.
Ella trabajaba en
los enormes despachos acristalados de la planta superior, en Contabilidad. Yo
veía la película de su vida en versión muda e inventaba los diálogos que tenía
con la señora Riejkäarson o con el viejo Sveinbjargarson
de Recursos Humanos, quien siempre me denegaba los impresos de material de oficina por escribir mal su nombre.
Pero mi mayor pregunta era... ¿Qué padres en toda Islandia llama
"Luna" a su hija? Unos cachondos infrecuentes, imagino. Supongo que
habiendo nacido en octubre, quizás era más normal de lo que yo pensaba.
En cualquier caso,
hoy tocaba subir documentación a los jefes y por fin era mi turno en el rígido
calendario de reparto de tareas que empapelaba los seis metros de la pared
norte con perfecta caligrafía Arial 12, doble espacio, interlineado normal.
Llevaba esperando
aquel momento días, observando cómo avanzaba la fecha hacia la única tarea
escrita en mayúsculas del calendario.
Subí las escaleras
portando la pila de carpetas y dossieres. Había puesto el mío el primero,
escribiendo en la portada "Mr. Sveinbgarjarson"
con letra pulcra, pues
para llegar a Recursos Humanos debía pasar por delante del despacho de Luna.
Pensando en la
oportunidad que iba a tener, no noté la puerta que se abría golpeando mi pila
de papeles. Me agaché rápidamente, tratando de ordenar el mar de documentos
desperdigados en torno a mí por el suelo, buscando con frenesí el de recursos
humanos que parecía haber acabado justo bajo la suela de unos zapatos bajos de
mujer frente a mí.
Alcé lentamente la
mirada para descubrir una mujer morena y bajita que me miraba entre preocupada
y avergonzada. Se agachó a ayudarme.
- Diooos, perdona no
me he dado cuenta.
Sonreí aturdido, sin
dejar de mirarla mientras ordenábamos los papeles.
- Soy Alba. Trabajo
en Administración, tras el despacho de Contabilidad... ¿También eres español,
verdad?
Saqué bajo su pie la
carpeta destinada a Sveinbjargarson y
sin limpiar los restos de suela lo metí en mitad del montón, allí donde cayó.
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