Para divagacionistas, con el tema "Locura"
La culpa la tuvieron treinta horas seguidas jugando a oscuras al MonsterMaster, seguro.
Al principio veía siluetas fosforitas en todas partes, como impresas sobre mi retina. Se superponían y si cerraba los ojos seguían ahí. Tras dos días me había acostumbrado y no las notaba. Pero al mirar una superficie clara, aquellas formas me recordaban mucho a un alargado Jukaypon o a un sinuoso Chiwi acuático.
Cada día tenían más detalle. Mucho más que el videojuego. Perdí el interés por leer, escuchar la radio o ver series. Moví el ventilador y giré el sofá para que mirase la pared vacía en lugar de la televisión. Pasaba el día tirado en camiseta y calzoncillos, sin pensar, frente a aquella superficie color crema. Las siluetas no siempre eran iguales y quedándote muy quieto, parecían olvidarse de ti y deslizarse despacito.
A la semana me rascaba la tripa y me pareció tener más pelo del normal. Admito estar gordo, pero no peludo. Baje la mirada perezosamente para descubrir que estaba rascando el lomo tupido de un Mammalito, su doble corazón latiendo bajo el pelaje atigrado. Seguí mirando la pared.
En dos días me convertí en cazador experto. Plagaban la casa: Tres feos Tuktuks en el congelador, el trasero de un Krippchard tras la encimera… No se me escapaba uno. Y no estaba loco. Los esquizofrénicos suelen ser menores de treinta y ven bichos y cosas horribles, lo dice Internet.
Mi madre creía que los videojuegos te hacían idiota y mírame: Como Spiderman, pero en gamer. Mi araña radioactiva fueron treinta horas de MonsterMaster. Aunque bueno, realmente no es un SUPERpoder. Es bastante mierder. Así que decidí usarlo para mi beneficio y no para salvar el mundo ni nada de eso.
Empecé a lanzar aquellas criaturas contra mis enemigos. Ellos no podían verlas. Las metía en las cajas de pizza de clientes maleducados, susurrándoles posibles travesuras que podían hacerles. O les murmuraba bajito que atacasen a las viejas del tercero cuando compartíamos ascensor. Logré que todas aquellas personas tóxicas se alejaran de mí. La picadura de un Abefimon no mata pero debe ser temible si tienes ochenta años.
Creo que tengo resuelta la vida si juego bien mis cartas. Y si algún día pierdo mis poderes, tengo un plan B: Le contaré a mi psicólogo que todavía mantengo este don, para que me crea loco y me ingrese de por vida en un psiquiátrico. A pensión completa.
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