domingo

Últimos deseos


Para divagacionistas, bajo el tema "Rarezas"
—Le he dejado en la mesilla un regalito de cumpleaños, señor Tomás —dijo sonriendo el enfermero cuando entraron en la habitación tras el paseo de mediodía. Le ayudó a levantarse de la silla de ruedas a la vez que sonaba un ¡Pingping! en el bolsillo del chaquetón del anciano.
—¿Ve como no está solo? ¡Le felicitan por Whatsapp! —Tras darle dos palmaditas en el hombro el empleado de la residencia salió cerrando la puerta, limpiándose la mano contra el costado.
Tomás miró a su alrededor orientándose hasta encontrar la mesa junto a la ventana y fue hacia ella arrastrando los pies. Le resultaba agradable el zuip zuip zuip de las zapatillas de felpa contra el parqué. Levanto el rostro hacia el cristal. Sintiendo el calor con los ojos cerrados, metió la mano al bolsillo del chaquetón negro para sacar la latita metálica birlada del comedor, pequeña y redonda. La dejó sobre la mesa.
Zuip zuip zuip. Se deslizó de nuevo hasta el perchero. Muy lentamente sacó los brazos del abrigo. Primero el izquierdo, luego el derecho. Así dolía menos la clavícula. Lo colgó y tomó la bata. Brazo izquierdo. Brazo derecho.
¡Pingping! Miró alrededor. Buscaba la mesa junto a la ventana pero se fijó que había dos camas. ¿Vivía con alguien? Una balda llena de fotos de alguien parecido a él, aunque a esta distancia todo parecía borroso. Alguien con uniforme. Otra foto con mujer bastante guapa, tres chicos, dos chicas La otra cama estaba muy limpia, con una balda igual a la suya, totalmente vacía.
Encontró la mesa junto a la ventana.
Zuip zuip zuip.
Alguien había dejado un yogur junto a su lata. Y una caja cuadrada, pequeña y plana, de un palmo de lado. Algo sonó ¡Pingping! desde el perchero.  Alineó las tres cosas frente a él y se sentó despacio. No podía leer nada de lo que ponía en la tapa salvo las enormes letras rojas y verdes. DeliPizza. Apoyó el rosto entre sus manos y dormitó.
¡Pingping! Abrió los ojos. Dedicó un par de minutos a meter con cuidado la cuchara del yogur por la anilla de la lata y abrirla haciendo palanca. Sacó  piña del almibar, echándola sobre un triángulo de pizza cuatro quesos. Repartió otros seis trozos por la mesa. ¡Pingping! Tomás se tumbó en la cama más alejada de la ventana y durmió hasta la cena.
Para entonces la pizza estaba fría.

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